27.5.11

Si tú me dices ven lo dejo todo, pero dime ven.

Su parte del armario estaba totalmente vacía. Fue un golpe tremendo. Nunca imaginé que unos cajones vacíos pudieran contener todavía tanto de lo que estaban llenos ni tampoco que nadie pudiera ser capaz de guardar tan rápidamente una vida en una maleta.

Las casualidades son mi debilidad; son las únicas cosas de la vida que consiguen quebrantar mis reglas.

Lo mejor de recordar es que puedes regresar cuando lo deseas, nadie te puede robar o impedir eso.

Quizá lo que más me impacta es que, siempre que vuelves, el recuerdo es diferente.

Como os dije, yo no podía deshacerme del olor de ella, pero si lo metía en la maleta y
me lo confiscaban sería otra persona la que se encargaría de destruirlo, y eso en mi
código post-ruptura estaba permitido.

Tuve la sensación de que cuando el guarda de seguridad mirara su pantalla no sólo vería un frasco de perfume, sino también toda mi vida, toda mi ruptura y todos mis problemas con ella.

Me gustó que dijese «casa» y no «mi casa». Fue como si fuera nuestra.

Siempre he creído que en la vida hay personas que te alimentan, que te quieren y que
necesitas de tal manera que cuando los pierdes nadie puede llenar ese vacío.

A veces, en la vida pasa lo mismo: la dificultad de la pendiente te hace olvidar que no
paras de progresar y subir.

»Alimentarte de buena literatura, de buen cine y, sobre todo, de la conversación de una
única persona que te inspire en este mundo.

Es imposible recordar al Sr. Martín y no romper a llorar. Recuerdo que el hijo de una
bailarina me dijo una vez que la gente tan sólo rompe a reír o a llorar, y que vale la pe-
na hacerse añicos por esos dos sentimientos.

Ojalá siempre intentáramos entender a las personas antes de juzgarlas. Y ojalá la gen-
te fuera capaz de ser honesta y contarnos su vida para que pudiéramos valorarla con
comprensión.

La intensidad no la marca el tiempo, sino la emoción que reside dentro de uno...

Era maravilloso y extraño el contraste sonoro. Nostalgia contenida dentro y felicidad
contagiosa fuera.

¿Sabéis cuando notas que tu mundo te puede, que todo a tu alrededor va a otra velocidad, que no te sientes cómodo con nadie y sólo deseas no pensar?
Pues así estaba de perdido, algo sólo comprensible si has sentido ese estado en que
todo vale y nada importa mucho.

»Querer mueve y detiene mundos. Que te quieran si tú no quieres, te acaba aletargando.

Sonreí. Volvía a nuestro código, al final de la escapada.
Quizá ese momento era el final de la escapada y no el que yo pensé hace años cuando
me marché de Capri.

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